El Evangelio según Belloch
Miércoles, Febrero 11, 2009 10:50El primer día dijo Juan Alberto: “Naveguen los barcos por el Ebro”. Y el río y su fondo lo impedían. Y dijo Juan Alberto: “draguemos el río”. Y los ecologistas, y la Unión Europea lo impedían. Y dijo Juan Alberto: “Que lo draguen igualmente“. Y se hizo su palabra hecho y el río se dragó y los barcos siguieron sin navegar. Y dijo Juan Alberto: “Que les paguen a las concesionarias de los barcos”. Y una lluvia de dineros cayó sobre las concesionarias mientras sus barcos se trasladaban a otros lares.
Al segundo día dijo Juan Alberto: “La macrobandera de España ondeará enhiesta en el culo del Justicia de Aragón, en la plaza Aragón”. Y aunque hubo quien protestó dijo Juan Alberto: “Son unos indios folklóricos”. Y dicho y hecho, la bandera ondeó, y no contento Juan Alberto dijo más: “Me quiten unas cuantas más de banderas de Aragón y me pongan un par más de España”. Y las banderas se hicieron y ondearon.
El tercer día dijo Juan Alberto: “Hagamos un despacho para que el alcalde perciba la luz de Dios”. Y el desfase presupuestario permitió que dos minipisos se unieran y crearan un despacho habitable. A su imagen y semejanza los creó. Despacho y rosetón los creó. Y Juan Alberto se hizo persona mortal y habitó entre nosotros. O un poco más alto que nosotros, para poder mirar por el rosetón.
El cuarto día, que pareció el primero, Juan Alberto confirmó su voluntad. Separó a los buenos de los malos, a los laicos, de los infieles, a los católicos de los pecadores. Y su voz retumbó como el trueno: “Mientras yo sea alcalde, aquí no se retira ni un crucifijo“. Y los inicuos temblaron en sus escaños y los pecadores se escondieron del trueno. Y el crucifijo permaneció inalterable rigiendo los destinos de los zaragocíes.
Al quinto día dijo Juan Alberto: “Que los inicuos permanezcan escondidos y que todos los demás rindan homenaje a Dios”. Y entonces un rayo de fuego dictó los reglamentos de la ciudad de Zaragoza, obligando a los concejales a participar en los actos religiosos.
Al secto día, y digo bien, el secto, Juan Alberto decidió que todo eso no bastaba. Su nombre, y el nombre de sus hijos, y el de los hijos de los hijos de sus hijos, debía ser recordado por algo más. Y pensó Juan Alberto: “Quitemos el nombre de un franquista para poner a otro, que además, es capillicas y santo”. Y dicho y hecho, por obra y gracia de su mano se creó, por gracia y obra suya se cambió General Sueiro por San José María Escrivá de Balaguer. Y aunque todas las calles se cambiaron por consenso Juan Alberto impusó su ley en esta y SanJoseMaría tendrá su calle en Zaragoza. Alambrado sea.
Y vio Juan Alberto todo lo que había hecho y vio que era bueno, o al menos, que si los inicuos lo criticaban, sería bueno. Y satisfecho dijo Juan Alberto: “Al séptimo día Dios descansó, pero yo no se lo que hacer”. Y vio que lo que pensaba era bueno y siguió meditando. Y los inicuos y el resto de ciudadanos de Zaragoza también pensaron: “Que descanse, por dios, que descanse”.
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amen
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